Monday, March 27, 2006

De cuando me robaron un domingo

Hace un par de meses mi madre quiso que la acompañara a un evento muy misterioso. Había recibido un llamado de ésos que prometen una estadía en no sé dónde para darte la lata con una “promoción conveniente”. Mi madre no es de las que caen en estas trampas, y de hecho insistió que no quería que le vendieran nada, pero ya se sabe del poder que estas empresas tienen y, quizá con desconfianza, fue que pidió mi compañía.

Fue un domingo en enero, en un lugar cercano a Lyon con Providencia. Cuando ingresamos a la casa de lo que pensábamos era una agencia de viajes, aparece una joven muy maquillada y sonriente. “Lo vamos a pasar muy bien” asegura ante nuestras escépticas miradas. Era una chica amable en extremo. Ahí parte precisamente la estrategia de estos negocios, en una fingida y forzada amistad con el relacionador público o promotora en este caso.

Canciones de Shakira y Miranda animaban el ambiente. El volumen de la música resultaba molesto y muy lejano a mi concepto de diversión. En la sala había mesas, y ofrecían tragos y jugos. De verdad, la música sonaba muy fuerte y ahí mismo me di cuenta que estábamos fritas. La diversión empezaba para ellos.

Nos sentamos en una mesa como si estuviésemos en un pub, lo cual resultaba bastante ridículo para ser las 3 de la tarde. Nos preguntó si nos gustaba U2 (tema de moda por esos días), nuestra opinión sobre las locuras de Paulina Nin -quien por esa semana llamaba la atención de los programas de farándula por un seudo intento de suicidio-, luego la edad. Para variar, tanto a mi madre como a mi, nunca nos creen la edad. Entonces ella se desvivió por alabarnos y consultar por nuestro secreto de juventud (hasta me comparó con Penélope Cruz). El asunto me hacía harta gracia, pues todo el rato pensaba que la cosa era como para recrearla en un sketch tipo Plan Z o Factor Humano, o al menos contarla en el blog. Nos preguntó si acaso nuestro cutis tan perfecto se debía a que éramos vegetarianas o alguna otra cosa rara. Lo decía como si eso se tratara de una secta. Yo tenía ganas de contestarle que en realidad pensaba que el secreto estaba en rechazar el maquillaje, pero me sonó algo ofensivo viendo su cara embetunada. Bueno, la cosa es que se tardó casi una hora en “entrar” con estas conversaciones que definitivamente no llevaban a ninguna parte. Estaba claro que en algún momento tendría que hablarnos del asunto para el cual nos llamaron.

La explicación del servicio que ofrecía la empresa y esta innegable oportunidad que nos significaba, fue bastante confusa. No entendimos hasta que la chica fue a buscar a un tipo gordito, que se acercaba exclusivamente cuando el cliente ya está listo, o sea, comprando el cuento. Mi madre le preguntó cada duda, una y otra vez, y siempre había muchos cabos sueltos. Él apelaba a una ciega confianza que debíamos tener en la empresa, pero ella se sentía en el cuento del tío, así que se empeñó en conocer a cabalidad el extraño intercambio de servicios. Se trataba de un club de viajeros, que obviamente requiere del pago de cuotas. La oportunidad de firmar se remitía sólo a ese día, por lo que el conflicto creció cuando el tipo se ofendió por la desconfianza de mi madre, que quería investigar y pensar los beneficios del servicio por más tiempo. Hasta esas alturas, tanto la promotora como yo nos mirábamos las caras con resignación. Un domingo improductivo para ella, que no pudo captar un cliente, y yo, que no perdoné la pérdida de una linda tarde de domingo.

Wednesday, March 15, 2006

Quiero pega: un manifiesto marzístico descarado

La cara de marzo no me ha cambiado. Y ya estamos a la mitad. Ciertamente mientras uno no se desliga de la U, es un recurso para todavía no hacer nada sin sentirse tan mal por ello. Todo comienza cuando hace un par de semanas mi madre me envía por e-mail las bases para participar en un concurso de Barco de vapor para escribir un cuento infantil. La idea es chora, pero desde que apareció 31 minutos es como si se hubieran metido en mis sueños y ahora es todo lo que pienso con respecto a algo infantil. Busqué algunos de los libros que me gustaba leer de chica, me acordé de Patio Plum y Mazapán, hice de todo para volver a esos episodios, felices y traumáticos de la infancia, buscando motivación. El esfuerzo ciertamente valía la pena. Ah, no dije que el premio eran cinco palos.

Total que el libro que empecé a leer fue “La senda del perdedor”, de Bukowski, y no me inspiró nada para un cuento de niños. El plazo del concurso era hasta hoy, creo. Bueno, la cosa es que con ese inocente mail en realidad sentí la presión de estar generando plata, ya se sabe... el motor de las sociedades “marzistas”. Yo no tengo deudas, no tengo hijos, pero sí ganas de realizar hartas ideas. He querido hacer cine, radio, revistas, megaproyectos para levantar la música chilena, estudiar literatura, idiomas, hacer crítica gastronómica, video clips top top top, etc. Pero me siento como el día aquel en que vino Tunick, o sea, empelota. Tengo un título de periodista que apenas me tapa las partes íntimas, y un postítulo en gestión cultural en música que me significa apenas un sombrero.

Ahora mis metas intentan un iluso carácter de realidad. Eso quiere decir que estoy aspirando a pegas funcionarias, con horario de oficina, un puesto en el Ministerio de Cultura, encargada de comunicaciones o producción de no sé qué evento en alguna corporación, en fin. A veces pienso incluso que me hice este blog como un ejercicio curricular, pues siendo periodista ya se sabe que importa el escribir bonito, con buena ortografía, ser original, tener un estilo de primera persona... esas cosas. Y he recibido buenos comentarios, como que estoy pa’ La Nación Domingo (eso aún no sé cómo tomármelo, se parece al estilo de quién?)

Y así sigue mi dispersión, en un desorden total de proyectos, que ya los enumeraré por si alguien me quiere dar pega y pagarme como se debe. Si no, voy a empezar un plan para estafar a un millonario que se parezca a Francisco Reyes, o mejor, buscar un grupo de adolescentes y hacerle la competencia a Kudai, que era justamente lo que pensábamos hacer con mis compañeros del postítulo para financiar nuestros proyectos culturales. Mmmm, quizá debiera hacer el guion de una teleserie que se trate de eso. Un gringo millonario clona a Kudai, se engrupe a unos gestores culturales de la Chile ofreciéndoles financiamiento, queda bien ante el país y se presenta como presidente para las próximas elecciones. De paso se compra un club deportivo. La historia de un descarado. Como para proponérsela a Sabatini ¿o no?

Ya. Mucho delirio de marzo.

Wednesday, March 08, 2006

Con marzitis (una autocrítica a la cara de los chilenos: un caso personal)

Nunca había sufrido de marzitis, ese “mal” nacido de la creatividad publicitaria de los bancos para imponer la idea de que es necesario endeudarse en el mes en que comienza el año. Más bien pienso que tengo marzitis porque llevo un resfrío de más de dos semanas, y ha sido el impedimento para que vaya con toda la energía positiva a buscar trabajo y hacer ver a medios, centros culturales, productoras, etc, que les soy necesaria para empezar el año sin marzitis. Mi plan ya fracasó, y de hecho siento que les soy bastante prescindible.

Sin embargo, marzo no sólo me significa la búsqueda urgente de pega. El domingo, mientras veía los emocionantes premios Óscar y me sonaba en cada categoría, me llama un amigo del postítulo, y aunque tenía muchas ganas de saber de su existencia, vacaciones y proyectos, desgraciadamente me trajo el llamado de marzo que indica que debemos ponernos las pilas para nuestro proyecto, y marzo es clave para conseguir auspicios. Cuando todo es un llamado a la acción, la marzitis me inspira una cara de derrota.

¿Cómo hacerlo desaparecer? Mientras lo pienso no se me ocurre nada mejor que hacerme parte de este sistema que también te impone la llamada guerra de las teleseries. Hace tiempo que no participo del ritual nacional de sentarse a no hacer nada más que involucrarse en una historia sin sentido. La elegida fue “Cómplices”, esa donde llega un gringo millonario a vivir un año junto a su familia biológica chilena. El argumento es bastante tonto pero me parece muy acorde al mes en que nadie quiere pensar en cachos. De partida, todos los personajes de la teleserie sufren de marzitis, y para pagar sus deudas van a estafar a un pobre gringo rico, del cual no sabemos todavía por qué tiene tanta plata, cómo fue contactado, quién le dijo que su familia era ésa.... En fin, claramente no hay que tomarse muy en serio una comedia de equivocaciones en que, lejos lo que me parece más divertido es que cuando aparece la pareja gay o uno de sus personajes, suena una música de Queen. Quizá más allá de la obviedad argumental, lo que me molesta es que se quiera vender contenido cuando de nuevo tenemos en pantalla el único perfil de gay aceptado, es decir, aquel que no tiene sexo homosexual. Por eso mi primera medida, la cual no sé si cumpliré, es dejar de ver la teleserie. Total ya se sabe que todos son medio psicópatas, que se enamoran y desenamoran según convenga, los mentirosos serán castigados, pero los buenos son tan buenos que perdonarán. Que me importen estas cosas solo es culpa de marzo, y claramente le voy a cambiar la cara.